Todo ocurrió muy rápido y es difícil reconstruir los hechos, a pesar de que contamos con cientos de testigos, de los cuales la mitad, eso sí, son madres y padres presos de la histeria que no se calman ni a bofetada limpia –lo hemos intentado– y la otra mitad son niños que ríen a carcajadas recordando el suceso. Aparentemente, el asunto fue como sigue: el 16 de septiembre, el colegio Adam Darwin de Cerdanyola del Vallès, Barcelona, celebraba unas jornadas informativas para padres de alumnos. A eso de las cinco de la tarde, el vestíbulo se llenó de niños y familiares, camino de la sala de actos. Muchos adultos, que habían traído a sus hijos un poco a regañadientes por la amenaza de la gripe A, andaban ojo avizor en busca del primer indicio de infección. Una madre captó de pronto dos señales que interpretó como signos de pandemia letal: un hombre con mascarilla cruzó el pasillo –era un técnico de mantenimiento que estaba en el ático, desatascando cañerías con salfumán– y, al mismo tiempo, un niño de tres años estornudó con generosa aspersión de mocos. Ambas señales chocaron en la angustiada mente de la testigo, que de pronto silenció la sala al grito de «¡Gripe A! ¡NUESTROS HIJOS VAN A MORIR!», lo que a su vez desencadenó un coro de gritos de terror, una estampida en la que murió el profesor de gimnasia y un tumulto que terminó con el colegio en llamas, mientras las madres, rasgándose las vestiduras y rociando gasolina sobre el incendio, chillaban: «¡Arded, bacterias, arded!».
El Ministerio de Sanidad lamentó el incidente y aprovechó para pedir calma a la población una vez más, restando importancia a la llamada pandemia de 2009: «Mortal, no es muy mortal. Y aunque lo fuera, joder, de algo hay que morir. Que parece mentira el apego que le tienen ustedes a la vida, con la cara de amargados que llevan luego, que siempre están quejándose».
Noticia original: El Jueves. (Manda Huevos)
La imagen no tiene desperdicio.
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